SE LO DEBEMOS
A NUESTRA CIUDAD
Ya no es fácil cerrar los ojos e imaginar una ciudad semejante a todas aquellas que nos hacen soñar en las películas. No es fácil creer que un futuro tan romántico pueda suceder en nuestra ciudad; a menos que seamos unos utópicos empedernidos nuestra imaginación podría cumplir tan sigilar reto… quiero pensar que aun somos muchos los que logramos hacerlo.
Sin embargo, la terea queda a medio hacer cuando tristemente nos damos cuenta que es aun mas difícil tratar de recordar aquella hermosa ciudad cuyo cambio positivo era el orgullo de sus habitantes tan solo 10 años atrás. Parece que fueran recuerdos de un personaje extraído de una novela de Gabo y realmente nunca hubiera sucedido.
Tan solo basta con caminar sus calles y vivirlas llenas de suciedad y de basuras, sentir los malos olores, tropezar con un habitante de la calle dormido en una acera cualquiera, quedar absortos por el descuido y olvido de nuestros monumentos, por la invasión del espacio público y de los matachos sin sentido en los muros de nuestros edificios más queridos.
Basta con soportar trancones interminables, un sistema de transporte que va en contra de toda dignidad humana, una creciente sensación de inseguridad, y sobretodo, la apatía, incultura, intolerancia y ausentismo de nuestra sociedad, de una sociedad que parece se hubiera entregado a su suerte, una suerte que no merece esta hermosa y sufrida ciudad.
Bogotá, la recordada Atenas suramericana, la capital de una republica que no se rinde ante ninguna adversidad, la ciudad de las oportunidades y en la cual miles de personas de todos los rincones del país se pueden sentir abrazados con la generosidad que caracteriza la Metrópoli que lleva a cuestas el desarrollo nacional.
Esta ciudad de pergaminos históricos ha cometido un error, solo un error que ha hecho que esa imposibilidad de soñar en un futuro romántico se apodere de las mentes de sus habitantes. Este error, sin pedirlo, es ser la ciudad más importante del país, una incubadora de poder político y un lugar apetecido por toda suerte de mandatarios los cuales luchan desmesuradamente por subir al balcón del Palacio Liévano, y lograr desde allí, encontrar en Bogotá el trampolín anhelado de sus objetivos personales, monetarios y políticos.
Esta noble ciudad no ha cometido más errores. Los errores, y en abundancia, los cometemos sus habitantes, muchos por falta de amor por la ciudad que les ha abierto sus brazos, pero muchos más por abrirle la puerta a ese sin numero de lobos disfrazados de oveja que no han hecho otra cosa que aprovechar el reconocimiento que entrega la alcaldía de la ciudad.
Por esta razón, esta columna va dirigida a todos nosotros, Bogotanos, responsables de la suerte de la ciudad en la que vivimos día a día, para que por medio de un acto de conciencia y constricción le devolvamos a nuestra ciudad esa posibilidad de soñar en ser como aquellas ciudades románticas reconocidas mundialmente. Para esto, aprendamos a escoger nuestros mandatarios, no votemos más en busca de un bien individual o político, escojamos a aquellos que realmente amen a nuestra ciudad, su olor, sus calles, sus habitantes, votemos a conciencia, votemos con el corazón. Se lo debemos a Bogotá, se lo debemos a nuestra gran ciudad.
SE LO DEBEMOS
A NUESTRA CIUDAD
Ya no es fácil cerrar los ojos e imaginar una ciudad semejante a todas aquellas que nos hacen soñar en las películas. No es fácil creer que un futuro tan romántico pueda suceder en nuestra ciudad; a menos que seamos unos utópicos empedernidos nuestra imaginación podría cumplir tan sigilar reto… quiero pensar que aun somos muchos los que logramos hacerlo.
Sin embargo, la terea queda a medio hacer cuando tristemente nos damos cuenta que es aun mas difícil tratar de recordar aquella hermosa ciudad cuyo cambio positivo era el orgullo de sus habitantes tan solo 10 años atrás. Parece que fueran recuerdos de un personaje extraído de una novela de Gabo y realmente nunca hubiera sucedido.
Tan solo basta con caminar sus calles y vivirlas llenas de suciedad y de basuras, sentir los malos olores, tropezar con un habitante de la calle dormido en una acera cualquiera, quedar absortos por el descuido y olvido de nuestros monumentos, por la invasión del espacio público y de los matachos sin sentido en los muros de nuestros edificios más queridos.
Basta con soportar trancones interminables, un sistema de transporte que va en contra de toda dignidad humana, una creciente sensación de inseguridad, y sobre todo, la apatía, incultura, intolerancia y ausentismo de nuestra sociedad, de una sociedad que parece se hubiera entregado a su suerte, una suerte que no merece esta hermosa y sufrida ciudad.
Bogotá, la recordada Atenas suramericana, la capital de una republica que no se rinde ante ninguna adversidad, la ciudad de las oportunidades y en la cual miles de personas de todos los rincones del país se pueden sentir abrazados con la generosidad que caracteriza la Metrópoli que lleva a cuestas el desarrollo nacional.
Esta ciudad de pergaminos históricos ha cometido un error, solo un error que ha hecho que esa imposibilidad de soñar en un futuro romántico se apodere de las mentes de sus habitantes. Este error, sin pedirlo, es ser la ciudad más importante del país, una incubadora de poder político y un lugar apetecido por toda suerte de mandatarios los cuales luchan desmesuradamente por subir al balcón del Palacio Liévano, y lograr desde allí, encontrar en Bogotá el trampolín anhelado de sus objetivos personales, monetarios y políticos.
Esta noble ciudad no ha cometido más errores. Los errores, y en abundancia, los cometemos sus habitantes, muchos por falta de amor por la ciudad que les ha abierto sus brazos, pero muchos más por abrirle la puerta a ese sin numero de lobos disfrazados de oveja que no han hecho otra cosa que aprovechar el reconocimiento que entrega la alcaldía de la ciudad.
Por esta razón, esta columna va dirigida a todos nosotros, Bogotanos, responsables de la suerte de la ciudad en la que vivimos día a día, para que por medio de un acto de conciencia y constricción le devolvamos a nuestra ciudad esa posibilidad de soñar en ser como aquellas ciudades románticas reconocidas mundialmente. Para esto, aprendamos a escoger nuestros mandatarios, no votemos más en busca de un bien individual o político, escojamos a aquellos que realmente amen a nuestra ciudad, su olor, sus calles, sus habitantes, votemos a conciencia, votemos con el corazón. Se lo debemos a Bogotá, se lo debemos a nuestra gran ciudad.